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La consternación de los periodistas de Spotlight era aún más aguda porque, como descubrieron ya avanzada la investigación, los cuatro habían sido criados como católicos. Ninguno era practicante, pero su experiencia creciendo en la iglesia les ofreció una comprensión intuitiva de la historia y también agregó una dosis de conexión emocional. Pfeiffer, originalmente de Ohio, se había criado católica y protestante, asistiendo a la iglesia dos veces los domingos. Dice que cuando comenzó la investigación, no tenía sentimientos particulares respecto de la Iglesia Católica; para ella, era una historia interesante que podía abordar de manera relativamente objetiva. Sin embargo, con el tiempo, el tema le afectó. Su madre, de hecho, había crecido en Boston. Pfeiffer dice:

Ella era una de esas católicas devotas para quien uno de los grandes honores era tener al sacerdote en casa para cenar, y fue muy interesante para mí ver cómo personas como mi madre, que pensaba que los sacerdotes eran ángeles y santos y no hacía preguntas, y no cuestionaría a la iglesia, básicamente permitió que esto sucediera por tanto tiempo.

Su crianza ayudó a los periodistas a comprender el poder del sacerdocio. En la mayoría de las comunidades católicas, los padres se sentían honrados de que los sacerdotes mostraran un interés activo en sus hijos, y en las familias grandes, especialmente aquellas sin un padre, la ayuda para cuidar a los niños era invaluable. Si surgían sospechas, la gente les daba a los sacerdotes el beneficio de la duda. El Globe descubrió casos en que los niños les habían contado a sus padres que habían sido abusados, y los padres no les creyeron.

Periodistas fogueados —y antiguos católicos – los miembros del Equipo Spotlight esperaban descubrir secretos. Pero lo que encontraron excedía sus expectativas. Fue la prevalencia de los abusos lo que les impactó, y, más que eso, los esfuerzos de la iglesia para ocultarlo. “Aunque yo sabía que [los abusos sexuales en la iglesia] era un problema, yo nunca, ni por un segundo, pensé que descubriríamos lo que descubrimos,” dice Rezendes.

Carroll recuerda sentirse “impactado y entusiasmado y un poco desconcertado” en la medida en que el rol de la iglesia se hacía más evidente. Carroll era originario de Massachusetts y su tía había sido monja; tenía vívidos recuerdos del Cardenal Cushing en los años sesenta. Dice:

Él construía hospitales y orfanatos a lo largo del área metropolitana de Boston y eso es todo lo que uno veía en televisión, este tipo viejo pero obviamente muy bien intencionado, un dulce tipo haciendo tantas cosas buenas para la comunidad, ayudando a la gente en todas partes. Mi padre siempre fue activo en el consejo de la parroquia, así que siempre tuvimos a sacerdotes de visita, y conocía a mi tía y era una mujer maravillosa, y yo tenía el más alto respeto por la iglesia. Y de repente empiezas a ver todo esto, que lo están encubriendo, y ¿qué estaba pasando? Era incomprensible y alucinante.

No era sorprendente, entonces, que sus reacciones humanas amainaran su entusiasmo por la historia. Robinson recuerda: “Hay algunas investigaciones que uno hace cuando está entusiasmado y acelerado. Creo que en este caso, no era un tema que nos hacía saltar, porque el tema en cuestión era tan sombrío, tan espantoso y desconcertante, tan deprimente.” Sin embargo, esas mismas características hacían imposible abandonarlo. Dice Pfeiffer:

Una vez que logramos adentranos en esa red de abogados y víctimas dispuestas a hablar con nosotros, nos dimos cuenta de que había cientos de historias que se parecían. Un sacerdote abusa a un niño, los padres le cuentan a la iglesia, el sacerdote desaparece y reaparece en otra parte. Eso pasaba mucho, y estaba claro que los números eran bastante altos.